Jardines japoneses, artificiosa naturalidad

Fig. 1. Parque Kenrokuen, Kanazawa

Antes de nada debe comentarse que debido a su situación geográfica y a la inexistencia de sistemas montañosos de gran altura, Japón cuenta con unas condiciones climatológicas ideales para la jardinería, con alternancia de días lluviosos y soleados, y temperaturas no demasiado extremas, además de una topografía muy accidentada que provoca abundantes cursos de agua y desniveles aprovechables para la construcción de estanques, arroyos y cascadas.

De acuerdo con la religión autóctona del país, el Sintoísmo, la naturaleza en general está dotada de carácter sagrado, y especialmente determinados elementos naturales tales como montañas, ríos, rocas o árboles, que habrían servido de vehículos de acceso o residencia de los dioses. A estas creencias fuertemente arraigadas en los habitantes originales de las islas, vinieron a sumarse toda una serie de influencias continentales, tales como el Taoísmo y el Budismo, con teorías como la del Yin y el Yang, la de los cambios (I Ching), o la de los Cinco Estados o Fases (Wu Xing), así como la geomancia (Feng Shui). Segun el I Ching el mundo está basado en dos energías primarias, el Yin y el Yang, representados en los caracteres chinos tradicionales respectivamente como la parte norte, nubosa de una montaña y la sur, soleada. Al combinarse ambos elementos, representando el Yin con una línea discontinua y el Yang con una continua, se forman ocho posibles trigramas que representan a su vez otras tantas energías primarias asociadas a los diferentes puntos cardinales y a elementos naturales genéricos (tierra, montaña, agua, viento, trueno, fuego, lago y cielo). Todo ello se puede relacionar a su vez con la Teoría de los Cinco Elementos o Fases (madera, fuego, tierra, metal y agua). Es importante señalar que tanto en el caso del Yin y el Yang, como en el I Ching y en el Wu Xing, los estados se consideran fases cíclicas de la materia en proceso de evolución y transformación mutua. Estas teorías se integraban a su vez en una práctica muy extendida en la China imperial, la geomancia, consistente en complejos ritos adivinatorios, propiciatorios y tabúes, que regían todo tipo de prácticas políticas y sociales incluidas la planificación de ciudades y la construcción y el mantenimiento de edificios y jardines. Todo este bagaje cultural se adoptó extensivamente en Japón, y en particular entre las clases dirigentes y el clero, responsables de la promoción de edificaciones y jardines, tanto por encargo como para su propio uso.

En este contexto, y dada la particular relación existente entre estas religiones y cosmologías con la naturaleza, parece lógico que se aplicase en el jardín japonés este complejo sistema de concepción del mundo, y que todo en él acabase teniendo algún sentido, significado o simbología profunda: la orientación y forma de los distintos elementos, el carácer y sentido de los cursos de agua, la elección, situación y número de áarboles y especies vegetales (fig. 2), las formas y agrupaciones de rocas, etc.

Fig. 2. Naranjo tachibana y ciruelo en el Kyoto Gosho (Palacio Imperial), Kyoto

Por lo tanto, a pesar de estar elaborado a partir de elementos naturales y de que pueda parecer en principio que el jardín es natural, es importante entender que la esencia de la jardinería japonesa reside precisamente en lo contrario: en recrear por medios artificiales conceptos sintéticos de lo natural elaborados a partir de ejemplos paradigmáticos de parajes naturales existentes, en base a estilos definidos, a asociaciones, representaciones, significados o simbologías intencionadas, a referencias más o menos explícitas a literaturas o leyendas clásicas (fig. 3) y a la propia sensibilidad del diseñador o el propietario (figs. 4 y 5).

Fig. 3. Jardines del Templo Ginkakuji, Kyoto

Fig. 4. Jardines del Kyoto Gosho (Palacio Imperial), Kyoto

Fig. 5. Jardín de Katsura Rikyu (Villa Katsura), Kyoto

Desde esta mentalidad es posible entender la aficción de los japoneses a contemplar sus jardines en momentos específicos del año en los que se manifiestan con mayor intensidad momentos culminantes de los procesos naturales, como son la floración de los cerezos, lotos u otras especies, o la coloración otoñal de los arces, eventos que se acompañan tradicionalmente de festividades específicas, lo que da una idea de su fuerte arraigo.

Cada detalle es intencionado y todo responde a una cierta naturalidad artificiosa: se seleccionan rigurosamente rocas o árboles singulares cuyas formas y situaciones se fuerzan; se podan, alambran, o tutorizan arboles y arbustos para conseguir geometrías tortuosas (fig. 6); se seleccionan determinadas especies y sus combinaciones, que se mantienen con esfuerzo ímprobo a lo largo del año; prácticas todas ellas relacionadas con las del cultivo del bonsai o los arreglos florales (fig. 7).

Fig. 6. Parque Kenrokuen, Kanazawa

Fig. 7. Arreglos de crisantemos

Una de las estrategias habituales utilizadas es la de falsear la escala de percepción, generando una suerte de trampantojo en el que el jardín parece mas grande de lo que realmente es, o incorporando al mismo el paisaje natural de los alrededores (fig. 8). Destacan en este sentido los variados dispositivos empleados en los jardines zen, asociados a una espiritualidad que se centra en la relación del hombre con su entorno y en la práctica de la meditación, contexto en el que estos jardines encuentran su razón de ser. Así, se crean cascadas artificiales con formas intencionadas (figs. 9 y 10) con referencias simbólicas a personajes religiosos, como es el caso de Fudo Myoo o Rey Dragon, cascadas secas (figs. 11, 12 y 13), jardines de musgo (fig. 14) o grava (figs. 15 y 16) que emulan formaciones naturales de diferente escala o estados afines de la materia, o determinadas configuraciones de rocas asociadas a símbolos religiosos como es el caso de la triada budista (fig. 17).

Fig. 8. Jardines del Templo Tenryuji, Kyoto

Fig. 9. Jardín del Templo Nanzenin, Kyoto

Fig. 10. Jardines del Templo Ginkakuji, Kyoto

Fig. 11. Parque Korakuen, Okayama

Fig. 12. Parque Korakuen, Okayama

Fig. 13. Jardines del Templo Saihoji (Templo del Musgo), Kyoto

Fig. 14. Jardines del Templo Saihoji (Templo del Musgo), Kyoto

Fig. 15. Hojo, jardín del Templo Nanzenji, Kyoto

Fig. 16. Hojo, jardín del Templo Nanzenji, Kyoto

Fig. 17. Hojo, jardín del Templo Nanzenji, Kyoto

Después de todo lo comentado es lógico suponer que el jardín japonés esté pensado principalmente, además de para ser recorrido ritualmente en deteminados momentos del año, para ser contemplado desde el marco de la arquitectura, en posicion estática desde la estancia o la galería exterior, como si de una escenografía teatral se tratase (figs. 18 y 19). Y que se fuercen determinadas perspectivas y se eviten otras (fig. 20) acercando así el arte de la jardinería al de la pintura del que se ha venido alimentando reiteradamente.

Fig. 18. Templo Daisenin, Daitokuji, Kyoto

Fig. 19. Templo Shorenin, Kyoto

Fig. 20. Jardín de Katsura Rikyu (Villa Katsura), Kyoto

Tampoco extraña que sea frecuente encontrar ciertas tradiciones que apoyan estos planteamientos, como la de utilizar el patio sur de los palacios para espectáculos o juegos, la de disponer plataformas específicas para la contemplación del cielo (fig. 21) o la de incorporar escenarios para espectáculos de danza o teatro en exteriores, subordinados a complejos arquitectónicos de mayor entidad (figs. 22 y 23).

Fig. 21. Plataforma exterior del Katsura Rikyu (Villa Katsura), Kyoto

Fig. 22. Plataforma-isla para espectáculos en Geku, Isejingu, Ise

Fig. 23. Escenario de teatro Noh rodeado de agua en el Templo Itsukushimajinga, Miyajima

En el mismo sentido, el escenario teatral tradicional reproduce esta condición de observación frontal comentada, pero en sentido inverso. Así, una de las escenografías habituales de las obras de teatro Kabuki consiste en la sección central de un palacio o mansión nobiliaria, completamente enfrentada al patio de butacas, situando psicológicamente al espectador en el patio sur o el jardín, y disponiendo la ancha escalera central entre ambos, lo que ofrece muchas posibilidades escenográficas además de las connotaciones sociales de las distintas posiciones y posturas adoptadas. De forma análoga, el teatro Noh cuenta con un escenario tipificado que se reproduce sistemáticamente incluso en las salas modernas, y que cuenta con una cubierta tradicional inclinada, y reproduce pinos y bambúes en sus paredes.

Por otra parte es habitual utilizar formas a partir de los caracteres de escritura tradicionales para así asociarles un significado determinado, tal como se hace en el estanque de los jardines del Templo Saihoji en Kyoto (fig. 24) o en el Templo Byodoin en Uji (fig. 25), en el que se adopta la forma del ave fenix, lo que supone en todo caso una excepción en la arquitectura japonesa, que responde predominantemente a esquemas más abstractos y funcionales, tal como hemos comentado en otra nota.

Fig. 24. Jardines del Templo Saihoji (Templo del Musgo), Kyoto

Fig. 25. Templo Byodoin, Uji

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